Una ventana y una hora con cuarenta minutos. Un paisaje conocido y una situación fuera de lugar. Como creando un contraste sublime.
Paracaidistas y pintores, viernes y comentarios finales, sábado sin vueltas ni ganas.
Como hacer lugar a esas sensaciones ¿censurar? ¿descontrolar? ¿no explicar?. No quiero explicar nada que no se sospeche, no quiero hablar de mi ahora. Ni de hoy, ni de anoche, ni de hace dos meses, ni dos años, ni de ex novios, ni de recuerdos escolares, ni de asuntos familiares, ni de una infancia perdida, ni de vos, ni de nadie, ni de ni.
Cansada de los modos de expresión, no me quiero expresar, quiero no ser, quiero la imperfección sin sonrisas irónicas, pero una imperfección perfecta. Perversa.
Si realmente estaría cansada de expresarme y expresar no estaría acá escribiendo esto. Y esa es una primera contradicción. La segunda viene seguida a mi misma, y ser yo con mi existencia ya es un choque. Yo y mis pensamientos y actos en una cadena enredada eternamente de cosas incontrolables. Como aquello y yo, y la nada en un todo.
Buscando el no-espacio, el no-tiempo, y la vibración cósmica en bolsas de residuos equivocadas. El no-pensar, descargar y reír, y vernos. Desenmascarar la realidad prohibida de los autocensurados corazones. La tercera parte del error y la décima del alma. Hablar y no nombrar nunca, la imagen, lo que significa y lo que busco. Casi descarrilada dentro de un holograma de sutiles dudas esmeradamente desencontradas.